El hijo de mi amiga Luisa frunce su nariz, sentado en las piernas de su mamá en un restaurante de lujo le dice que huele feo y la reacción de mi amiga es -aguántate-. El niño insiste, grita, se inquieta y ella también, con voz de huracán guerrerense vocifera: -¡Cállate ya, no es cierto!-. El niño se siente triste y termina por obedecer. Los suegros de mi amiga y yo mismo, acompañantes en la mesa, solo escuchamos y callamos pero me imagino que cada uno está teniendo un juicio sobre lo que pasa.

¿No fue demasiado el regaño? ¿O realmente fue correcta la reacción de mi amiga?
Así de polémico es el tema de los regaños donde se ejerce una lucha de poderes entre padre e hijo, por lo que, si no somos inteligentes y mesurados podemos terminar por dañar a los niños y/o a nosotros mismos.

En mi poca experiencia de papá, he entendido que el berrinche tiene causas no siempre evidentes. Las más fáciles de captar son las cuestiones físicas que llevan a que un niño se comporte mal: está cansado, tiene hambre, le duele la cabeza… Pero también hay otros motivos que generan esas reacciones y que nuestros hijos no siempre saben expresar: miedo a algo, frustración, falta de atención de nuestra parte, etc… Nuestra responsabilidad, como papás está en primero comprender y después solucionar.

El problema es que no siempre lo hacemos y a veces al ejercer nuestro poder, salen a relucir traumas de nuestra propia experiencia y comenzamos a alzar la voz, a gritarles y llegamos hasta las nalgadas, pellizcos o más. Para acabarla de “amolar” está el reflejo social que también tomamos en cuenta sobre todo cuando estamos en público y que pone presión a la solución (“qué va a decir mi suegro/el mesero/los comensales de al lado”) por lo que casi siempre la situación termina mal, sobre todo para el más indefenso: nuestro hijo.

Yo siempre he optado por la no violencia hacia mi hijo y hasta ahora (aunque ganas nunca faltarán en algunos casos) no le he pegado en estos cortos 5 años que tiene.
Esto también me ha generado discordancias con algunos de mis familiares, los cuales creen que soy demasiado blando. La verdad es que si bien a veces se ha salido de control la situación, en la mayoría de los casos, al optar por dejar que se tranquilice y luego hablar con él o imponerle un castigo (su juguete no lo tendrá hasta mañana, o no habrá postre) me ha ayudado un poco más que llegar al clásico chanclazo.

No estoy diciendo que sea la mejor solución ni que funciona como fórmula infalible, más bien mi aprendizaje ha sido comprender 3 puntos clave:

  1. Yo como papá tengo un poder inmenso, tanto físico, como psicológico y moral sobre mi hijo que si no lo encauzo de forma correcta lo dañará de forma a veces irremediable.
  2. A pesar de que la situación sea una pesadilla, como que nuestro hijo comience a patalear en el OXXO enfrente de todos y a escupir y a gritar cual escena del Exorcista, debemos de mantener la cabeza fría y el corazón caliente y comprenderlo. Esto es lo más complicado, como explicaba arriba, sobre todo porque lo que debemos hacer es actuar rápido y lograr “apagar el fuego”.
  3. Lo más importante es hacer que nuestros demonios internos no influyan en la decisión que tomemos para solucionar el berrinche.
    Nuestros traumas, recuerdos, frustraciones pasadas y actuales actúan muchas veces en estos casos y nos dictan caminos NUNCA CONVENIENTES.

Respiremos, escuchemos y actuemos lo más rápido posible, pero sobre todo pongamos al niño en el centro de lo que haremos, pues NO SON ADULTOS, están apenas en desarrollo y nosotros debemos ayudarles en ese camino buscando siempre su bien, el cual NO SE ENCUENTRA necesariamente en la violencia física o psicológica hacia él sino en el amor hacia él y hacia nosotros mismos.

Como siempre, cualquier duda, queja o comentario de esta columna con gusto lo recibo.

Por: El peor papá del mundo. El papá biológico de Steve Jobs